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Decidir para ser libre

Foto del escritor: carolinagamboa3carolinagamboa3


He venido explorando a lo largo de estos meses el significado de las excusas y las disculpas que damos para no presentarnos a la vida por miedo a equivocarnos, a que nos juzguen o a que no seamos suficientes. Esta indagación me ha llevado a entender que el antídoto más poderoso para las excusas es tomar decisiones, por difíciles que sean.


La ciencia sugiere que en estados de divagación mental o en estados de alerta, que nos llevan a tomar decisiones inconscientes, no solamente sufrimos más sino que nos alejamos más de nuestro propósito. Por esto, no es de extrañar que cuando nos empoderamos de una decisión nos sintamos más seguros, inspirados y motivados a hacernos responsables de la misma.


El reto que tenemos entonces es pasar de la duda a la decisión y esto, queridos lectores, es la clave en donde he encontrado respuestas que antes no eran claras para mi.


El espacio que hay entre la duda y la decisión es como un hoyo negro. Nos acercamos a él pero al sentir que nos hala, nos alejamos. El hoyo negro representa la incertidumbre del resultado de la decisión y nuestra fuerza reactiva representa nuestro miedo a hacernos responsables de la misma. Lo que no nos alcanzamos a dar cuenta es que el hoyo negro tiene una atracción propia que significa la posibilidad que tenemos de aprender o de evolucionar.


Cuando nos rendimos a su fuerza gravitacional, cuando nos entregamos completamente a la decisión, no hay otro camino que el proceso.


Sobre el proceso


El proceso no es el resultado en si mismo de la decisión, aunque pudiera serlo, es la manera como enfrento la decisión, es la actitud con la que en cada momento asumo la realidad que resulta de mi elección. Es precisamente en el proceso donde reside mi libertad y donde encuentro sentido. Un ejemplo del proceso es cuando tomamos la decisión de elegir un plato en un restaurante. Una vez nos decidimos por los raviolis de cangrejo el proceso consiste en la anticipación con la que los esperamos, la sorpresa con la que vemos el plato al llegar, el deleite con el aroma, el placer del primer bocado, el gusto en los siguientes y la saciedad cuando lo terminamos. El proceso es ese conjunto de funciones emocionales y neuronales que resulta de la elección, que no es planto en si mismo, sino la forma en que lo hemos experimentado.


Cuando elegimos el mismo plato en piloto automático, sin asumir la decisión de forma consciente, es posible que ni siquiera recordemos a qué sabían los raviolis porque nos ausentamos de la experiencia. Este comportamiento le resta sentido al comer y nos hace presos de la divagación de nuestra mente o del pasado con el que compulsivamente proyectamos el futuro.


Ahora miremos otro ejemplo, esta vez en el trabajo porque los ravioles pueden resultar demasiado atractivos. Imagina que despedir a una persona de tu equipo. El resultado es que la persona deje de trabajar y que otros deban asumir sus funciones, el proceso significa enfrentar la incomodidad de la conversación difícil, el miedo de la persona cuando le das la noticia, tu angustia al entender la posición en la que esta persona va a estar, tu compasión por ella, tu determinación para que la persona se vaya más tranquila y que el equipo reciba sus funciones con diligencia, tu foco para ayudar en la transición y tu liderazgo para mantener al equipo unido. En piloto automático o desde el miedo a enfrentar la incomodidad del despido, te anulas del proceso, lo simplificas y puedes decir: "no ha pasado nada, seguimos como venimos pero ahora con mas funciones", desconociendo que parte del proceso es experimentar el aprendizaje emocional que conlleva y gestionar con responsabilidad su impacto en ti y en los demás.


Así que, si tienes ante ti una decisión, déjate atraer por su fuerza y entrégate al proceso con consciencia porque allí va a residir tu posibilidad de ser libre. La libertad no la encuentras en la evasión o en repetir comportamientos del pasado, la encuentras en el experimentar la vida en su máxima expresión sin temor a equivocarte, porque el error también hace parte del proceso.



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